Monday, January 29, 2007

Lo que dijo Bush y lo que no dijo

El séptimo discurso de George W. Bush sobre el estado de la Nación, en cumplimiento de lo dispuesto por la Constitución estadounidense, pasará a la Historia más por lo que no dijo que por lo que dijo. Más por lo que escondió que por lo que mostró.

Editorial de El Nuevo Día
San Juan, Puerto Rico
29-Enero-2007

El séptimo discurso de George W. Bush sobre el estado de la Nación, en cumplimiento de lo dispuesto por la Constitución estadounidense, pasará a la Historia más por lo que no dijo que por lo que dijo. Más por lo que escondió que por lo que mostró.

En momentos en que la popularidad del Presidente está en el subsuelo de la confianza pública, en que el rechazo a la infausta guerra de Irak se ha convertido ya en un furioso clamor en la calle y en los pasillos del Congreso y en que son ya patentes e irremediables los olvidos de las prioridades domésticas, esta comparecencia ritual ante el país se presentía más como un paredón de fusilamiento político que como un ponderado balance de aciertos y cuentas pendientes. Sin embargo, no ha sido así.

Si según los teóricos, la política es el arte de lo posible, Bush, con sus calculadas omisiones y sus propuestas desconcertantes, ha dado una lección de pragmatismo y un giro táctico a su mensaje con objeto de hacer limonada de esta temporada de limones agrios para el gobierno que encabeza.

Dado que estaba cantado que sobre el tema de Irak iba a pasar de puntillas, sobre todo ahora que se ha sustituido el vocablo “victoria” por el de “estabilidad”, los énfasis del temario de Bush estuvieron diseñados para hacerle parecer más involucrado en la preocupaciones nacionales y otorgarle a él y a su partido un perfil más centrista, despojándose del barniz “neocon” que tan impopular se había tornado.

¿Y cuál es el propósito de esta estrategia cuando le quedan menos de dos años de mandato? Claramente le está haciendo un servicio a su partido, anticipándose a ocupar espacios de debate que van a ser cruciales y en los cuales los demócratas deberían llevar la voz cantante. En resumidas cuentas, parece tratarse de un intento de robarles el tiro a sus adversarios.

Reclamar al Congreso demócrata su cuota de responsabilidad ahora que lo tienen bajo control; asegurar, con todo convencimiento, que en otros tiempos han surgido grandes iniciativas cuando el Ejecutivo y el Legislativo han estado en diferentes manos; proponer nuevos paradigmas para mitigar el calentamiento global; impulsar un plan para reducir la dependencia estadounidense del petróleo en un 20% a lo largo de 10 años; ampliar el acceso a un plan privado básico de salud; hablar de opciones más flexibles en la oferta laboral para inmigrantes y en la regularización de indocumentados, aunque sin renunciar a muros o a policías fronterizas; todo ello junto implica entrar sin miramientos en el corral demócrata. Marcar la pauta, poner sobre la mesa las cartas que sus contrincantes se guardaban en la manga para sacarlas a relucir en el fragor de las campañas.

Muy poco y muy tarde, pensarán muchos. Y ésta sería una conclusión irrefutable si se entendiera como una declaración de intenciones para el último tramo de la incumbencia del propio Bush. Pero no se puede tomar así. Es otra cosa. Es la instalación temprana de un andamio de alternativas allí donde los demócratas planean levantar su edificio programático.

Y aunque exista la percepción de que el mensaje a la nación de Bush fue un trago amargo que hubiera preferido evitar y que estaba lleno de puertas de escape o que fue un intento desesperado por eludir pasar a la historia como el peor presidente de la era moderna, lo que sí es cierto es que el presidente Bush hizo a sus correligionarios y a su partido un regalo que no tiene precio. Les entregó en bandeja una hoja de ruta que les ubica en un territorio que sus adversarios demócratas tenían como exclusivo. Pero, principalmente, les eximió de su legado: una equipaje con un peso excesivo.

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